Seguidores del blog:

La Rosa y el Dragón





Cuenta la leyenda, que en la antigua ciudad de Vilamont, un viejo rey se vio en una encrucijada de la que de difícil manera podría escapar.

El «Senyor Drac», como le gustaba que le llamaran, apareció una noche fría de invierno en las tierras del reino. Tenía hambre, estaba agotado de su largo viaje y deseaba con todas sus fuerzas desposar una bella dama. Había oído que hacía tiempo que el buen rey deseaba un heredero para su trono. Pero su hija, una joven demasiado curiosa y con ganas de aprender, se negaba a tomar la mano de cualquiera. Así que, cargando con su capa y con su afilada sonrisa más blanca que nunca, allá que se fue.

El problema fue cuando la gente vio llegar volando a semejante esperpento: un enorme reptil alado, ataviado con una capa roja, y unos hilillos de humo saliendo de su enorme hocico.

—¡Dios nos coja confesados! —gritaban unos.

—¡Mare de Dèu! ¡Mare de Dèu! —se lamentaban otros.

El rey conoció la noticia de sopetón, cuando el dragón se posó en lo alto de la torre donde se encontraban sus aposentos.

—Tú debes de ser el rey de este reino. —El dragón volteó la torre, sujetándose con la garra en la parte alta, para poder verle cara a cara por la ventana. —He oído que quieres casar a tu hija. Y, por lo que dicen, es hermosa como ninguna. —El rey tragó saliva. Pensó en su pequeña cayendo en las garras de semejante monstruo y sintió un leve escalofrío—. Vengo a pedir su mano. Seré un gran aliado para ella.

La sonrisa que se dibujó entonces en sus fauces provocaron que el rey diera un paso atrás.

—¡Jamás dejaré que te acerques a ella! —gritó con una mezcla de miedo y rabia.

Pero el dragón, en lugar de replicar, alzó el vuelo con sus enormes alas doradas y soltó una fuerte risotada.

—¡Eso ya lo veremos!

El pobre rey, asustado como nunca, mandó enviar notas de auxilio a los reinos vecinos. Ese odioso reptil deseaba quedarse a su niñita... ¿Cómo iba a permitirlo?

*
Mientras tanto, junto a la amplia chimenea de la biblioteca, Dolça leía un libro acurrucada en la butaca con su pequeño Mizifú junto a ella.

—Ay, Mizifú —suspiró, cerrando el libro frente a su pecho—. Si yo pudiera salir de este lugar y conocer tierras lejanas como las que aquí se narran... ¡Lo que daría por vivir mil aventuras como ésta! 

*
De entre todos los que recibieron la noticia del ataque, hubo un caballero en particular que, sujetando la carta entre sus dedos, sonreía para sus adentros. Llevaba mucho tiempo esperando una oportunidad como aquella. Demasiado.Y no pensaba desaprovecharla.

Preparó su montura, guardó cuatro viandas en su alforja y salió raudo hacia el reino de Vilamont.

*
Los meses fueron pasando. 

La sola presencia del dragón en las tierras del reino, fueron alejando a mercaderes y comerciantes, sumiéndolo en una crisis que empezó a causar estragos en la población. Los excesos de alimento se empezaron a pudrir en los almacenes. Y, como los aldeanos no se atrevían a salir de la protección de las murallas, el exceso de mercancías empezaron a acumularse por los diferentes rincones de la ciudadela. 

Una tarde, cuando el sol comenzaba a caer, Dolça escapó de su cuarto para ir a leer a lo alto de una colina cercana. Le gustaba subir allí, oler las flores silvestres que ya todo lo envolvían y tumbarse sobre la hierba a disfrutar de los cambios de color que le regalaba el cielo cuando se despedía del sol.

El dragón, que se había enamorado perdidamente, la observaba de lejos, muriendo de ganas de acercarse a ella.

Al día siguiente un caballero de brillante armadura apareció a lo lejos cabalgando sobre un corcel blanco e imponente. En su escudo podía verse dibujada una enorme espada atravesando el pecho de un dragón alado.

—¡Mi señor! —gritó el mozo, entrando de forma abrupta a la sala del trono. —¡El famoso descendiente de Sant Jordi ha llegado!

¿Un descendiente del valeroso caballero Sant Jordi, el que había salvado al reino de Montblanc del terrible dragón que los mantenía sitiados? ¡Por fin una buena noticia!

Corrió escaleras abajo y mandó llamar a su hija para que estuviera a su lado al recibir al  honorable caballero. Seguro que en cuanto viera la belleza de su niña, no sólo mataría a ese dragón malcarado que les tenía amargados, sino que, además, desposaría a su hija dándole lo que tanto tiempo llevaba esperando, un heredero para su trono.

Pero poco podía sospechar el buen rey lo que estaba a punto de pasar...

Cuando el caballero fue en busca del dragón, espada en mano, le encontró sentado frente a una mujer de larga melena negra, que leía con gestos gráciles y voz cálida un viejo libro de fantasía. El dragón, que de fiero tenía lo que él de leal y justiciero, sonreía complacido, ambientando la lectura con el humo que hacía escapar de su hocico. De vez en cuando, soltaba algún gruñido que hacía que la joven diera un pequeño respingo. La doncella comenzaba a reír y golpeaba con su codo la enorme pata del animal, quejándose entre risas por no dejarla acabar la historia.

Furioso, apretó el mango de su espada. La alzó con un grito de guerra aterrador y corrió hacia ellos fuera de sí.

Él tenía que ser ese al que la dama sonriera... ¡Él! Y no ese reptil apestoso que rozaba la mano de la joven con disimulo cuando ella se acercaba... ¡El reino sería suyo! ¡Y ella su esposa! ¿Cómo sino iba a conseguir su ansiado sueño? Ser un hombre importante, coger lo que deseara cuando lo deseara y yacer con tantas como le apeteciera sin tener que darle explicaciones a nadie. ¿Y ella? Te estarás preguntando. ¡Si sería su esposa! Ella sería la madre sus hijos, sí, pero la diversión... Ay la diversión... Eso lo dejaba para las cortesanas, que seguro que se volverían locas atraídas por su estatus y su fama de «matadragones», como lo fue en su día su antepasado.

Cuando Dolça vio como un hombre corría hacia ellos espada en alto, dejó caer su libro al suelo. «¡No!», pensó horrorizada. Creía que había convencido a su padre de que Drac no era malo, que lo único que quería era compañía... Estaba solo. Tan solo como ella.

El dragón giró la cabeza para mirar lo que ella miraba con tanto horror. No le dio tiempo a hacer nada cuando notó que algo afilado se incrustaba en su espalda, provocando que un grito de dolor escapara de su garganta.

Dolça se estremeció al ver a su amigo gritar de un modo tan terrible... Él, que había conseguido hacerla reír, que le contaba maravillas de los sitios en los que había estado, que la miraba como si fuera una obra de arte a la cual admirar... Él... Ese dragón que en un principio tanto miedo le dio, tanta repulsión, pero que decidió mirar con el corazón y no con los ojos. Y qué bonito lo que vio... Un corazón enorme, tan grande como él. Un alma tan limpia... Un ser que era solo bondad pero que, tras ser rechazado tantas y tantas veces, se había vuelto gris hasta que ella por fin le vio, le reconoció.

El caballero, con la cara salpicada de la sangre del dragón, reía fuera de sí. Se vanagloriaba de haber conseguido su tan ansiada hazaña.

Miró a la princesa y, de detrás de su capa, sacó una rosa roja. Se acercó a ella y clavó una rodilla en el suelo.

—Mi princesa, acepta esta rosa como símbolo del amor que siento hacia vos... —A Dolça le resbalaban las lágrimas por las mejillas. No le gustó el modo en que le miraba y frunció el ceño. ¿Cómo osaba mirarle con tanto desprecio? Viendo su sueño tambalearse, añadió—: Mira, niña, ¿ves esa espada tan imponente clavada en el monstruo? Pues está envenenada. Solo tienes dos opciones: o vienes conmigo o él muere.

Dolça miró a su amigo. Él negaba con la cabeza. Prefería morir que dejar que ese personaje se la llevara. Sabía muy bien quién era. No era la primera vez que oía hablar del descendiente de Sant Jordi. Si bien su antepasado se ganó el respeto de todos, incluidos los dragones, ese caballero había sido repudiado en muchos otros reinos. Se había convertido en un ser despreciable capaz de hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que deseaba. Y si ahora se le había antojado la compañía de Dolça...

La joven se limpió las lágrimas y corrió a abrazarse con fuerza al cuerpo rechoncho de Drac.

—Tienes que vivir, Drac —lloraba mientras hundía su cara en su regazo—. Tienes que ser feliz... —Le besó en la mejilla y se alejó despacio hasta llegar junto al caballero—. Tú ganas...

El hombre soltó un grito de júbilo y se acercó al dragón. Sacó su espada del cuerpo del reptil y le lanzó un pequeño frasco al suelo.

—Ahí te quedas, perdedor —rio, cogiendo a la joven de la mano y obligándola a subir a su caballo.

Dolça empezó a protestar al ver que Drac no podía coger un frasco tan pequeño con sus garras. Pero un fuerte golpe en la sien lo volvió todo negrura y silencio.

Pasaron varias semanas antes de que Dolça pudiera asomarse a la ventana de su prisión de piedra. Estaba encerrada en una sala estrecha dentro de una cabaña perdida del bosque. Nunca imaginó que todo acabaría así. Ella, prisionera de un malnacido. Y su mejor amigo, su... ¿amor? Muerto por su culpa. Si al menos hubiera sido más valiente... si hubiera sabido enfrentarse a él...

Cuando el caballero entró, llegó ebrio y con restos de carmín por su cuello y labios. Había vuelto a hacerlo... Como cada noche...

Al verla de pie rio con fuerza.

—No tendré la cabeza del dragón en el salón... —Se sujetó a una silla para no caer—. Pero tengo una bella dama como trofeo.

Dolça no lo pudo soportar más. Llevaba días postrada en una cama, soportando a ese degenerado llegar borracho y hacer mil cosas que era mejor no recordar... Pero ahora había logrado ponerse en pie. Ahora...

Tocó la daga que había escondido entre los pliegues de su vestido y se acercó sensual hacia su opresor.

—Veo que por fin has aceptado tu papel. —Sonrió, lascivo, viéndola acercarse—. Es divertido domarte. Pero será interesante ver qué sabes hacer llevando tú la iniciativa...

Cuando se acercó lo suficiente, Dolça acercó los labios a su oído.

—Esto va por Drac. —Le hundió la daga en el costado, ascendiendo hasta romper sus pulmones. El caballero abrió sus ojos desorbitados y, entonces, notó cómo un dolor insufrible que nacía de su entrepierna comenzaba a nublarle el juicio—. Y, esto —apretó más fuerte—, por lo que me has hecho a mí.

Dolça le apretó con todas sus fuerzas hasta que el hombre se dejó caer al suelo, asfixiándose por culpa de la sangre que iba llenando poco a poco sus pulmones y por el dolor incesante que le mataba por dentro.

Cuando por fin dejó de respirar, Dolça se fue a la puerta y salió al exterior. Levantó la vista al cielo y sonrió. Lo había hecho. Había vencido a sus miedos y se había enfrentado con el ser oscuro que había llenado sus noches de pesadillas. No le gustaba el haberle arrebatado la vida a alguien. Pero era la vida de ese monstruo, porque si en esta historia había un monstruo sin duda era él, o la suya.

Montó el blanco corcel y cabalgó sin descanso de vuelta a casa.

Cuál fue su sorpresa al descubrir que no solo había sido cautiva unas semanas, sino que había pasado todo un año desde que su amor muriera a manos del caballero.

Cuando atravesó las puertas del castillo, miles de puestos llenaban las calles con ramos de rosas rojas y libros. Y en lo alto de la plaza, una enorme pancarta mostraba a una princesa con un libro y un dragón sonriente a su lado. En ella podía leerse: «En memoria de nuestra amada Dolça».

Sintió una punzada en el corazón al recordar las tardes junto a Drac y los ojos se le anegaron de lágrimas.

—Drac —lloró casi sin voz.

Pero entonces lo vio. Su padre, el rey, saludaba a los ciudadanos del reino a lomos de un hermoso dragón de alas doradas, que dejaba escapar hilillos de humo mientras lanzaba pétalos de rosa sobre la gente. Estaba vivo... ¡Drac estaba vivo! Y todos le vitoreaban. Todos le apreciaban.

Dolça descendió del caballo y alzó la vista sonriente.

—Por fin te ven como yo te veo...

La capucha resbaló hacia atrás y dejó su cara al descubierto. Drac la vio y se detuvo en seco. El rey, que no entendía nada, miró hacia abajo y casi se cae al ver a su amada hija de vuelta, sana y salva de las garras del monstruo de Vilamont, como pasó a ser conocido el caballero de brillante armadura y corazón oscuro.

—¡Hija mía! ¡Mi hija! —gritó pletórico—. ¡Mi hija ha vuelto!

Y es así como un pueblo entero aprendió que hay cosas que solo pueden verse cuando se miran con el corazón. Porque, a veces, lo que a nuestros ojos puede parecer un monstruo, puede esconder un bello haz de luz en su interior.

FIN.

Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.

Comentarios

  1. Las apariencias engañan! Por mucho que los cuentos nos lo han estado enseñando toda la vida, seguimos llenos de prejuicios. Muy divertida aventura. ¿Cómo no?
    Abrazos!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, Miguel Angel 😊 Si, demasiados prejuicios... Por eso creo que es importante mirar más allá de lo que los ojos pueden ver 😉
      Pasa un bonito puente!! A dusfrutarlo como mereces, y que la inspiración nunca falte!! Abrazo de vuelta!!

      Eliminar
  2. Fantástica aventura, Carmen.
    Yo también comencè a apreciar al dragón.
    Esta vez el principe azul no ganó.
    Muy bueno, amiga! Abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Fede!! No siempre va a ganar el príncipe, no? :P jeje Muchas gracias por pasarte a leer!! Y por apreciar al dragón ^^
      Un abrazo fuerte!!

      Eliminar

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido? ¿Te gustaría saber más, o comentar algo? Te atenderé encantada. ¡¡Gracias!!

Entradas populares